Normalmente las revueltas sociales o políticas no se producen porque alguien haya tenido una buena idea para mejorar la situación, sino por una confrontación surgida tras el padecimiento de un dolor insoportable. Comprender a alguien, conocerle como persona y, tras escuchar sus vivencias, lograr un debate civilizado, suele ser una tarea ardua.
En esta sociedad cuya cultura democrática no está demasiado arraigada, el argumento principal ha sido expresar qué habían hecho mal los otros: atentados, presión popular, impuesto revolucionario, torturas, detenciones indiscriminadas, guerra sucia, etc. Al instaurar tabúes sociales la persona asimila que las acciones contra el enemigo son decisiones adoptadas de buena fe.
Oiartzun es un pueblo peculiar en sí mismo. Si, al igual que en las primeras páginas de las historietas de Astérix, pusiéramos una lupa sobre el pueblo de Oiartzun, podríamos decir que parece un pueblo inconquistable. Una isla rodeada de naturaleza, un feudo de la izquierda nacionalista. Una tierra abonada por guerreros que, ahora y siempre, han luchado contra el enemigo con el euskera y la patria como pócima mágica.
Creo que mi ideología se ubica dentro de la izquierda nacionalista, entendiendo ese término como punto de encuentro de varias ideas flexibles: de la música a la lengua, de la política a la industria, etc. De forma voluntaria o no, necesaria o "sobrevenida", padecida o provocada, la violencia, en todas sus formas y manifestaciones, ha estado estrechamente ligada a la izquierda nacionalista, cual sombra a la luz. E, indefectiblemente, a mi vida y al pueblo de Oiartzun.
Todos los eventos significativos habidos en el movimiento de la izquierda nacionalista han tenido su eco en mi querido pueblo. Desde el primer atentado de ETA hasta el proceso por el que la izquierda nacionalista ha renunciado a la violencia, siempre ha habido algún oiartzuarra implicado.
El propósito del documental Echevarriatik Etxeberriara es analizar el vínculo de la violencia con la izquierda nacionalista, comprenderlo y debatirlo. En ese ejercicio, cómo no, se ponen en entredicho los propios límites del término "violencia". Violencia es simplemente un término y, al igual que con cualquier cuestión hermenéutica, su significado puede variar en boca de distintas personas (de ETA, policial, política, popular, del Estado, psicológica, etc.) hasta convertirse en alma de doble filo para argumentar las tesis de cada cual.
Desde pequeño ha sido una carga para mí pero no porque haya tenido incidencia sobre mi vida diaria, sino porque no he podido debatirla en profundidad. Tabú sacrosanto, tanto en Oiartzun como en Barcelona. Las respuestas del debate estaban escritas desde hace tiempo en el imaginario colectivo, opiniones asumidas que otorgaban la protección de seguridades éticas y morales. Dichas opiniones, además, están ligadas al sufrimiento. Cuanto mayor es el dolor, mayor y más significativa es la necesidad de la protección ofrecida por dichas opiniones.
En el momento en que ETA renunció al uso de la violencia revivieron mis deseos interiores. Es el momento de hablar, en este momento en que el pasado está pegado al presente, a las puertas de este nuevo tiempo, es necesario hablar. Fundamentalmente, porque necesitamos debatir sobre todas las versiones para conformar un futuro nuevo.
Es evidente que España y Francia tendrán que realizar algún día un debate en torno al País Vasco, tal y como el propio País Vasco debe celebrar el suyo. Pero soy de la opinión de que anteriormente cada movimiento, y especialmente la izquierda nacionalista, debe hacer un análisis interno para acabar con las divisiones y animadversiones habidas en los últimos años. Hay voluntad para ello, tal y como demuestran los resultados de las últimas elecciones, y Echevarriatik Etxeberriara es mi aportación personal. He querido utilizar el entorno que conozco mejor a modo de espejo, con el propósito de arrojar un poco de luz, desde mi pueblo, a un fenómeno cuyo sujeto es mucho mayor.
Ander Iriarte