En la actualidad 60 millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares escapando de la guerra o la miseria, un nivel desconocido desde la II Guerra Mundial.
En estos 5 años desde que comenzó la guerra de Siria, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos han muerto más de 270.000 personas. Más de la mitad de la población (unos 23 millones antes de la guerra) ha tenido que abandonar sus casas y 4,7 millones se han refugiado en los países colindantes, mayormente en Jordania, Turquía, Iraq y Egipto. Una minoría ha entrado o está intentando refugiarse en la Unión Europea.
A finales del 2011, la Unión Europea había recibido alrededor de 7.000 solicitudes de asilo por parte de personas de nacionalidad siria; el año 2015 se cerró con más de 800.000. En el inicio del conflicto se concedió el estatuto de refugio a algunas personas, pero con la prolongación de la guerra y la agravación de sus consecuencias, se ha puesto de manifiesto la incapacidad de las instituciones y de los gobiernos europeos para gestionar, con un mínimo de humanidad, el flujo de seres humanos que solo buscan seguridad.
A falta de vías legales y seguras para entrar en Europa, miles de personas de nacionalidad siria, sobre todo, pero también iraquíes, eritreas o afganas, tras huir de sus países, se agolpan en Turquía e intentan cruzar hacia las islas griegas más cercanas en pequeñas embarcaciones neumáticas. Una vez alcanzada Grecia, el camino sigue hacia el norte, por la llamada ruta balcánica, cruzando Macedonia, Serbia, Hungría. El objetivo principal suele ser la Europa occidental, preferiblemente Alemania.
La Organización Mundial de las Migraciones (OIM) estima que en 2015 murieron o desaparecieron alrededor de 700 personas en el Egeo, en el corto trayecto entre Turquía y Grecia. Otras miles se encuentran varadas en los campamentos para personas refugiadas de Grecia o rumbo hacia el norte.
Todos los estados miembros, en mayor o menor medida, y la Unión Europea en su conjunto contravienen los derechos más fundamentales y los principios éticos en los que, en teoría, se sustentan. Acusaciones infundadas de agresiones sexuales por parte de refugiados en Alemania, amenaza de confiscación de bienes a personas refugiadas por parte de Dinamarca, construcción de una valla para impedirles el paso en Hungría... son solo algunos ejemplos.
Pero quizás todavía más grave sea el reciente acuerdo de la Unión Europea con Turquía para “aliviar la crisis de los refugiados”, según el cual las personas refugiadas que lleguen a Grecia provenientes de Turquía podrán ser “devueltas” por la vía de urgencia. A cambio, Turquía recibirá ayuda humanitaria y financiera, la aceleración de las negociaciones para ingresar en la Unión Europea y acceso sin visado para su ciudadanía. Una vez más, la Unión Europea subcontrata a los países vecinos el trabajo más sucio en la protección de sus fronteras.
No obstante, cada vez que se cierra una vía, otra se abre. Y tras el cierre de la ruta de los Balcanes, ya se exploran diferentes trayectos ya sea por Rusia, por el norte de África, rodeando el área Schengen, por Rumanía o a través del Mediterráneo oriental... Mientras la guerra de Siria y otros conflictos armados sigan abiertos habrá personas que quieran huir de ellos. Está por ver cómo responde Europa, si se deja arrastrar por el auge del populismo y de la extrema derecha o recupera la senda de los derechos humanos que en un pasado, no tan lejano, abanderó.