Desarrollar una vida lo más independiente y autónoma posible es el reto de muchas personas con diversidad funcional física o psíquica. Poder tomar las decisiones que les conciernen de manera soberana –aunque sea con apoyos–, salvando sus propias limitaciones y las que la sociedad les pueda imponer.
Más allá de las medallas y de los campeonatos, de ganar o de perder, el deporte trasmite valores como la autosuperación, el compañerismo o la vida saludable, y puede ser una vía para que las personas que tienen alguna discapacidad puedan desarrollar una mayor autonomía, mejoren los lazos sociales y se sientan más integradas en una sociedad que no siempre se lo pone fácil.
Para ello, además de unas políticas públicas adecuadas que garanticen la movilidad y la accesibilidad a las piscinas y equipamientos deportivos, es importante la implicación de las familias, de las personas del entorno más cercano y de toda la sociedad. No para la sobreprotección, sino para ofrecer el apoyo y el acompañamiento que estas personas puedan necesitar, independientemente de que el deporte que practican sea de élite o no.