¿Se trata simplemente de supervivencia? ¿De ganar el dinero suficiente para cubrir las necesidades y el ocio básicos? ¿Buscamos una identidad y reconocimiento social a través del trabajo? ¿Es cierto que el trabajo nos realiza como personas?
En muchos casos llevamos a cabo tareas alienantes y repetitivas, o soportamos condiciones de poder y explotación; y, cuando nos amenazan con el despido, accedemos a que esa situación se perpetúe por temor a quedarnos sin empleo. Incluso llegamos a reproducir esos abusos con quienes consideramos en una escala laboral y social inferior.
¿Es cierto que el trabajo nos realiza como personas?
¿Acaso tenemos en cuenta la finalidad de nuestra profesión y las repercusiones sociales que tiene nuestra actividad? ¿Los productos o servicios que producimos son beneficiosos o son perniciosos para la sociedad? ¿Alimentamos con nuestro trabajo una cadena más grande de destrucción y opresión? ¿O contribuimos, por el contrario, al logro de una sociedad más justa e igualitaria?
¿Sería oportuno preguntarse si el sindicalismo, en su afán por defender los puestos de trabajo y las condiciones laborales, puede entorpecer o dificultar la transición hacia nuevas actividades o maneras de producción más limpias y sostenibles para el medio ambiente? ¿O sería este un planteamiento meramente capitalista?
En estos momentos en los que la llamada cuarta revolución industrial amenaza con destruir el 47% de los puestos de trabajo en los próximos 20 años, ¿vamos a ser capaces de aportar un valor añadido suficiente a nuestro desempeño para que no nos reemplacen por máquinas, algoritmos o robots?
¿Vamos a ser capaces de aportar un valor añadido suficiente a nuestro desempeño para que no nos reemplacen por máquinas, algoritmos o robots?
¿Sabríamos vivir sin trabajar? ¿Seríamos capaces de gestionar 16 horas al día de tiempo libre? ¿Es cierto que si dispusiésemos de una renta básica universal la ciudadanía sería vaga y acomodada? ¿O dedicaría su tiempo a cultivarse y a cuidarse a sí misma y las personas de su entorno?
Más allá de todas estas disquisiciones, y subyaciendo al empleo remunerado, existe una enorme cantidad de trabajo reproductivo que no es reconocido ni social ni económicamente y que, por el momento, es irrenunciable. Es el realizado y atribuido a las mujeres por los roles de género y la división sexual del trabajo, que perpetúa la desigualdad de hombres y mujeres, y que sigue siendo el sustento de las sociedades.
Película: La mano invisible