El reconocimiento de la autodeterminación sexual de las mujeres (que los poderes públicos deberían garantizar) implica que cualquier mujer tiene el derecho a poder elegir, sin ningún tipo de injerencia, sus opciones de vida y a ejercer sus derechos sexuales y reproductivos.
El cuerpo de la mujer es un territorio personal y privado sobre el que poder decidir de manera libre, sin controles, violencia o coacciones. Pero el heteropatriarcado, a través de la moral religiosa, las leyes punitivas o incluso por medio de la violencia (sea esta explícita o simbólica), sigue hurtando a las mujeres la potestad de decidir sobre sus cuerpos. Pues existe una doble moral: permisiva para los hombres y represiva para las mujeres.
Así, las mujeres que viven una sexualidad propia y placentera, sintiéndose dueñas de su propio cuerpo, son todavía una minoría en el mundo. Es como si las mujeres fuéramos seres “para los otros”. No importa en qué país, en qué cultura o en qué religión.
Film:#Placer femenino