Las guerras son la causa principal de los procesos de exilio forzado y resiliencia en el mundo, y la Guerra Civil española no fue una excepción. Casi medio millón de personas huyeron tras el final de la contienda y el inicio del franquismo, pero el exilio más dramático había comenzado antes, en la primavera del 37: Unas 35.000 niñas y niños fueron enviados a Francia, Inglaterra, Bélgica, Suiza, Dinamarca, la URSS o México sin más compañía que unos pocos profesores y con el consentimiento de sus familias, que aceptaron enviarlos lejos convencidas de su regreso pasados unos meses. Muchos jamás volvieron.
Franco –para quien "recuperar" a aquellos niños y reeducarlos en el nuevo sistema era una prioridad– repatrió a la mayoría a excepción de los casi 3.000 que crecieron y se educaron en la entonces Unión Soviética. Tras arduas negociaciones, empezaron a volver a finales de los 50, encontrándose con una dictadura asfixiante y un país oscuro con el que, para bien y para mal, no tenían nada que ver.
Más de 80 años después, quienes aún viven recuerdan con cariño y gratitud la vida en las dieciséis Casas de Niños creadas por la URSS, un paréntesis alegre entre las dos guerras cuyas consecuencias sufrirían y les marcarían de por vida.
Helena Bengoetxea
Directora de Matrioskas. Las niñas de la guerra