Que el ser humano es capaz de lo peor es una certeza que lleva mucho tiempo instalada entre nosotros y nosotras. Lo vemos en las guerras, atentados y genocidios; pero también en las cifras cotidianas de acoso escolar, denuncias, abusos. Estos ocurren allí y aquí, en un pequeño pueblo de la Anatolia o en una gran ciudad próxima a nuestro entorno. La realidad nos demuestra que nuestros actos más habituales se encuentran tensionados por una naturaleza compleja, repleta de contradicciones, de verdades a medias, de envidias e intereses. Desde las zonas grises entre el bien y el mal, las personas cometemos traiciones a nuestros propios principios. Los hombres y las mujeres hacemos daño y luego nos esforzamos en resarcirlo. Creamos injusticia y luego buscamos combatirla. El amor, la justicia, el amor, las ideologías, la amistad... todo está contaminado por una versión del mundo mediocre que solo redunda en sufrimiento y desazón.
Pero, ¿qué responsabilidad tenemos sobre todo esto? ¿Somos víctimas o somos responsables de nuestro destino, al vivir sumisamente dentro de un sistema insolidario, que nos anula y nos destruye, a medida que dinamita el valor de lo comunitario sustituyéndolo por un individualismo feroz?
Es difícil saberlo. Lo que parece innegable es que ya no hay tiempo para mirar hacia otro lado. Solo tomando partido podremos alcanzar una comprensión verdadera y completa de nosotros y nosotras y de lo que nos pasa. Toca hacernos responsables de nuestro destino, luchar para conseguir un nuevo crisol en el que forjar los derechos necesarios para un mundo mejor. La pregunta es: ¿seremos capaces?
Fotografía: © Nuri Bilge Ceylan
Film:Sobre la hierba seca