Zinea eta giza eskubideen iv. Topaketak.

ENFERMEDADES MENTALES E INTEGRACIÓN SOCIAL

Las enfermedades mentales han sido juzgadas a lo largo de los siglos no sólo desde la ignorancia, sino desde el temor que ha suscitado siempre el discurso que transita fuera de los cauces de la razón y de las convenciones. La fascinación que a la par generan muchos objetos perturbadores se ha reflejado, en el caso de las enfermedades mentales, en la relación establecida a veces entre locura y genialidad o entre locura y creatividad, pero es indudable que hasta que los avances en psicología y psiquiatría no han ido elaborando, en el seno de las ciencias médicas, el concepto de enfermedad mental, estos trastornos y las personas que los padecían han sido casi siempre ocultados, reprobados y hasta castigados.

Hoy, mientras se avanza en el diagnóstico clínico y la farmacología y las neurociencias se unen a los logros de la psiquiatría y la psicología, las enfermedades mentales siguen siendo el problema de salud pública más desatendido, cuando por su propio tratamiento y por las implicaciones integrales que tienen en la vida de quienes las padecen (y en su entorno) debería ser quizá uno de los que recibiera más recursos.

Además, aunque a partir del siglo XX (sobre todo en su segunda mitad) se han dado grandes pasos en la aceptación social de las enfermedades mentales, puede decirse que resta mucho para que las alteraciones de la salud mental se desembaracen del halo peyorativo e inquietante que las envuelve y que las relega a la zona sombría de lo que no se quiere ver.

Esta desatención y este recelo no cambian, sin embargo, el hecho de que, según datos de la Organización Mundial de la Salud, más de 400 millones de personas en todo el mundo padecen algún tipo de enfermedad mental o trastorno neurológico. La esquizofrenia, la psicosis, el trastorno bipolar o el más común y amplio repertorio de cuadros depresivos son terribles compañeros de viaje en la vida de muchas personas. Son también un gravísimo problema para su entorno familiar, que no puede afrontar en solitario una situación que lo desborda.

Y es que la primera batalla que debe librarse en lo que concierne a las enfermedades mentales es contra esa actitud entre culpable y ocultadora que las estigmatiza, para aceptarlas por fin como una más de las cuestiones de salud que existen, y que como cualquier otra tiene sus propias especificidades.

Un adecuado tratamiento y el imprescindible apoyo médico, social e institucional pueden conseguir que las personas aquejadas de enfermedades mentales encuentren en cada caso el modo de integrarse y de desarrollar su vida satisfactoriamente, como cualesquiera otras que padecen otro tipo de dolencia.