Zinea eta giza eskubideen iv. Topaketak.

LOS DERECHOS DE LA INFANCIA

Si algo refleja con máxima crudeza las miserias del orden mundial es la vulneración masiva de los derechos de la infancia en amplísimas regiones del planeta. Ningún empeño de la comunidad internacional puede, por tanto, ser más urgente que el encaminado a proteger todos los derechos que asisten a todos los niños y niñas en cualquier lugar del mundo.

La convicción de que la infancia representa el bien más preciado de la humanidad es profunda e incontestable, y constituye una de las más importantes conquistas del siglo XX. Por ello no sorprende que la Convención sobre los Derechos de la Infancia (1989), que vino a ampliar la precedente Declaración de los Derechos del Niño (1959), sea el tratado de derechos humanos con mayor respaldo de la historia: 192 países lo han ratificado (tan sólo hay dos ausencias: Estados Unidos, que lo ha firmado pero no ratificado, y Somalia).

Pero en este, como en otros casos, la realidad está muy lejos del cumplimiento de los ideales expresados en las declaraciones y protocolos. La vulneración de los derechos de la infancia a causa de la pobreza, de la explotación o de la guerra aparece, no obstante, ante nuestros ojos con una añadidura dramática, pues se trata de una violencia ejercida sobre los más débiles e indefensos, que son también los depositarios de un futuro que se corrompe anticipadamente con su sufrimiento.

Las cifras hablan por sí mismas. Desde que la Convención fue redactada y firmada (1989), el impacto de las guerras en los niños y niñas ha aumentado en vez de disminuir. Dos millones han muerto desde entonces (la mitad de las víctimas de conflictos bélicos) y otros seis millones han resultado gravemente heridos o han quedado discapacitados de por vida. Más de 300.000 han sido obligados a engrosar las filas de ejércitos o grupos rebeldes, sobre todo en África y Asia, y a participar, además de en el combate, en labores como el espionaje, la detección de minas o incluso ataques suicidas. Las niñas también sufren en muchas ocasiones violaciones sistemáticas, o son convertidas en esclavas sexuales de las tropas o milicias. Asimismo, los niños y niñas constituyen el 50% de los desplazados y refugiados a causa de los conflictos bélicos.

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo, nada menos que 400 millones de niños y niñas son forzados a trabajar, ya sea en jornadas completas o a tiempo parcial; de entre ellos, 250 millones lo hacen en condiciones consideradas “de explotación”. Una explotación que en su demencial repertorio de abusos incluye la pornografía y la prostitución, vinculadas muchas veces al turismo sexual practicado por ciudadanos provenientes de los países ricos. Al menos un millón de niños y niñas son convertidos en mercancía sexual en todo el mundo, la gran mayoría en Asia y el resto en América Latina y Europa.

Tampoco los índices de educación llegan a los más elementales mínimos para una enorme cantidad de niños y niñas. 128 millones en edad de recibir enseñanza primaria no alcanzan ningún tipo de escolarización, lo que les recluye definitivamente en una situación de pobreza y marginación. Cabe señalar, además, que el analfabetismo es aún mayor entre las niñas, que sufren muchas veces una doble exclusión por razón de su sexo y son obligadas a ocuparse de las tareas domésticas o a trabajar.

La deficiente o casi inexistente asistencia sanitaria, unida casi siempre a condiciones de grave insalubridad, es otro de los azotes de la infancia. 500.000 niños y niñas mueren al año en el mundo sólo por no poder contar con unas condiciones de higiene básicas. Y la vacunación o el acceso a las medicinas es, en muchos lugares, una utopía.

Los estragos del VIH/SIDA son atroces, sobre todo en el África subsahariana, donde millones de niños y niñas mueren tras haber perdido antes a sus padres y madres por la misma enfermedad y sin haber recibido casi nunca un tratamiento adecuado, debido al coste inasumible que supone para los empobrecidos.

La pobreza, la guerra y las enfermedades, enlazadas entre sí en una miseria circular, provocan, por tanto, la exclusión de una gran parte de la infancia mundial de los niveles de vida y desarrollo mínimos, condenándola al sufrimiento y muchas veces a la muerte.

Ante esta vulneración tan grave de los derechos de la infancia, el compromiso de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, impulsado en la cumbre mundial de septiembre de 2005, y que incluye entre sus metas lograr para el año 2015 la enseñanza primaria universal, reducir en dos terceras partes la mortalidad de los niños y niñas menores de cinco años y promover la igualdad entre géneros, es una iniciativa tan imprescindible como insuficiente. Además de poner todo su esfuerzo en el verdadero cumplimiento de estos Objetivos, la comunidad internacional, y más concretamente los países ricos, deberían poner en marcha políticas de desarrollo más ambiciosas y, sobre todo, destinar una mayor cantidad de recursos a esta tarea prioritaria de garantizar a todos los niños y niñas los derechos que les asisten.